Algunos poemas de Cervantes:

    Diálogo entre Babieca y Rocinante

    B. ¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado?

    R. Porque nunca se come, y se trabaja.

    B. Pues, ¿qué es de la cebada y de la paja?

    R. No me deja mi amo ni un bocado.


    B. Andá, señor, que estáis muy mal criado,

    pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.

    R. Asno se es de la cuna a la mortaja. ¿Queréislo ver? Miraldo enamorado.


    B. ¿Es necedad amar?

    R. No es gran prudencia.

    B. Metafísico estáis. R.

    Es que no como.

    B. Quejaos del escudero.

    R. No es bastante.

    ¿Cómo me he de quejar en mi dolencia, si el amo y escudero o mayordomo son tan rocines como Rocinante?


    De Miguel de Cervantes, a los éxtasis de nuestra beata madre Teresa de Jesús (I)

    Virgen fecunda, madre venturosa,
    cuyos hijos, criados a tus pechos,
    sobre sus fuerzas la virtud alzando,
    pisan ahora los dorados techos
    de la dulce región maravillosa
    que está la gloria de su Dios mostrando:
    tú, que ganaste obrando
    un nombre en todo el mundo
    y un grado sin segundo,
    ahora estés ante tu Dios postrada,
    en rogar por tus hijos ocupada,
    o en cosas dignas de tu intento santo,
    oye mi voz cansada
    y esfuerza, ¡oh madre!, el desmayado canto.
    Luego que de la cuna y las mantillas
    sacó Dios tu niñez, diste señales
    que Dios para ser suya te guardaba,
    mostrando los impulsos celestiales
    en ti, con ordinarias maravillas,
    que a tu edad tu deseo aventajaba;
    y si se descuidaba
    de lo que hacer debía,
    tal vez luego volvía
    mejorado, mostrando codicioso
    que el haber parecido perezoso
    era un volver atrás para dar salto,
    con curso más brïoso,
    desde la tierra al cielo, que es más alto.
    Creciste, y fue creciendo en ti la gana
    de obrar en proporción de los favores
    con que te regaló la mano eterna,
    tales que, al parecer, se alzó a mayores
    contigo alegre Dios en la mañana
    de tu florida edad humilde y tierna;
    y así tu ser gobierna
    que poco a poco subes
    sobre las densas nubes
    de la suerte mortal, y así levantas
    tu cuerpo al cielo, sin fijar las plantas,
    que ligero tras sí el alma le lleva
    a las regiones santas
    con nueva suspensión, con virtud nueva.
    Allí su humildad te muestra santa;
    acullá se desposa Dios contigo,
    aquí misterios altos te revela.
    Tierno amante se muestra, dulce amigo,
    y, siendo tu maestro, te levanta
    al cielo, que señala por tu escuela;
    parece se desvela
    en hacerte mercedes;
    rompe rejas y redes
    para buscarte el Mágico divino,
    tan tu llegado siempre y tan continuo
    que, si algún afligido a Dios buscara,
    acortando camino
    en tu pecho o en tu celda le hallara.
    Aunque naciste en Ávila, se puede
    decir que Alba fue donde naciste,
    pues allí nace donde muere el justo;
    desde Alba, ¡oh madre!, al cielo te partiste:
    alba pura, hermosa, a quien sucede
    el claro día del inmenso gusto.
    Que le goces es justo
    en éxtasis divinos
    por todos los caminos
    por donde Dios llevar a un alma sabe,
    para darle de sí cuanto ella cabe,
    y aun la ensancha, dilata y engrandece
    y, con amor süave,
    a sí y de sí la junta y enriquece.
    Como las circunstancias convenibles
    que acreditan los éxtasis, que suelen
    indicios ser de santidad notoria,
    en los tuyos se hallaron, nos impelen
    a creer la verdad de los visibles
    que nos describe tu discreta historia;
    y el quedar con victoria,
    honroso triunfo y palma
    del infierno, y tu alma
    más humilde, más sabia y obediente
    al fin de tus arrobos, fue evidente
    señal que todos fueron admirables
    y sobrehumanamente
    nuevos, continuos, sacros, inefables.
    Ahora, pues, que al cielo te retiras,
    menospreciando la mortal riqueza
    en la inmortalidad que siempre dura,
    y el visorrey de Dios nos da certeza
    que sin enigma y sin espejo miras
    de Dios la incomparable hermosura,
    colma nuestra ventura:
    oye, devota y pía,
    los balidos que envía
    el rebaño infinito que criaste
    cuando del suelo al cielo el vuelo alzaste,
    que no porque dejaste nuestra vida
    la caridad dejaste,
    que en los cielos está más extendida.
    Canción, de ser humilde has de preciarte
    cuando quieras al cielo levantarte,
    que tiene la humildad naturaleza
    de ser el todo y parte
    de alzar al cielo la mortal bajeza.


    S O N E T O S S U E L T O S

    Al túmulo del rey que se hizo en Sevilla

    (Soneto con estrambote)

    "¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza
    y que diera un doblón por describidla!;
    porque, ¿a quién no suspende y maravilla
    esta máquina insigne, esta braveza?

    ¡Por Jesucristo vivo, cada pieza
    vale más que un millón, y que es mancilla
    que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla,
    Roma triunfante en ánimo y riqueza!

    ¡Apostaré que la ánima del muerto,
    por gozar este sitio, hoy ha dejado
    el cielo, de que goza eternamente!"

    Esto oyó un valentón y dijo: "¡Es cierto
    lo que dice voacé, seor soldado,
    y quien dijere lo contrario miente!"

    Y luego incontinente
    caló el chapeo, requirió la espada,
    miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.


    Epitafio

    Aquí el valor de la española tierra,
    aquí la flor de la francesa gente,
    aquí quien concordó lo diferente,
    de oliva coronando aquella guerra;

    aquí en pequeño espacio veis se encierra
    nuestro claro lucero de occidente;
    aquí yace enterrada la excelente
    causa que nuestro bien todo destierra.

    Mirad quién es el mundo y su pujanza,
    y cómo, de la más alegre vida,
    la muerte lleva siempre la victoria;

    también mirad la bienaventuranza
    que goza nuestra reina esclarecida
    en el eterno reino de la gloria.


    Soneto [5]

    "Este soneto hice a la muerte de Fernando de Herrera; y, para entender el primer cuarteto, advierto que él celebraba en sus versos a una señora debajo deste nombre de Luz. Creo que es de los buenos que he hecho en mi vida"

    El que subió por sendas nunca usadas
    del sacro monte a la más alta cumbre;
    el que a una Luz se hizo todo lumbre
    y lágrimas, en dulce voz cantadas;

    el que con culta vena las sagradas
    de Helicón y Pirene en muchedumbre
    (libre de toda humana pesadumbre)
    bebió y dejó en divinas transformadas;

    aquél a quien envidia tuvo Apolo
    porque, a par de su Luz, tiene su fama
    de donde nace a donde muere el día:

    el agradable al cielo, al suelo solo,
    vuelto en ceniza de su ardiente llama,
    yace debajo de esta losa fría.


    de "La ilustre fregona"

    ¿Quién de amor venturas halla?
    El que calla.
    ¿Quién triunfa de su aspereza?
    La firmeza.
    ¿Quién da alcance a su alegría?
    La porfía.
    De ese modo, bien podría
    esperar dichosa palma
    si en esta empresa mi alma
    calla, está firme y porfía.

    ¿Con quién se sustenta amor?
    Con favor.
    ¿Y con qué mengua su furia?
    Con la injuria.
    ¿Antes con desdenes crece?
    Desfallece.
    Claro en esto se parece
    que mi amor será inmortal,
    pues la causa de mi mal
    ni injuria ni favorece.

    Quien desespera, ¿qué espera?
    Muerte entera.
    Pues, ¿qué muerte el mal remedia?
    La que es media.
    Luego, ¿bien será morir?
    Mejor sufrir.
    Porque se suele decir,
    y esta verdad se reciba,
    que tras la tormenta esquiva
    suele la calma venir.

    ¿Descubriré mi pasión?
    En ocasión.
    ¿Y si jamás se me da?
    Sí hará.
    Llegará la muerte en tanto.
    Llegue a tanto
    tu limpia fe y esperanza,
    que, en sabiéndolo Costanza,
    convierta en risa tu llanto.


    de "Rinconete y Cortadillo"

    Por un sevillano, rufo a lo valón,
    tengo socarrado todo el corazón.
    Por un morenito de color verde,
    ¿cuál es la fogosa que no se pierde?
    Riñen dos amantes, hácese la paz:
    si el enojo es grande, es el gusto más.
    Detente, enojado, no me azotes más;
    que si bien lo miras, a tus carnes das.

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Manuela Calle Caminero

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